La noche de antes cenamos en la cocina del camping (en la que por cierto nos olvidamos una olla (ayer tuvimos que comprar otra…), un bol y una cuchara…) y conocimos a unos franceses majos y “súper pro” que iban a hacer también el camino. En lo que a nosotros cuatro se refiere, hay que decir que todos (incluida ella) estábamos ligeramente preocupados por la condición física de Sandra, porque la excursión parecía difícil, y para colmo esa misma noche hizo una aparición estelar su querida menstruación. Como bien me respondió ella una vez a lo largo del camino mientras intentaba alentarla a seguir “para ti es muy fácil, como se nota que no pierdes hierro constantemente!” y es que la regla…es mucha regla. Pero bueno, al final de todo, la excursión no era tan, tan, tan difícil como a priori parecía y todos estábamos tan flipados con los paisajes que el cansancio quedaba la mayoría de las veces en un segundo plano, y ni siquiera paramos demasiadas veces para descansar (salvo en las partes mas empinadas). Que somos unos campeones coñe, y Sandra, más.
Bueno, pues el día en cuestión se presentó frío. Cuando apareció el hombre del autobús con sus shorts mientras el resto de cebollas le mirábamos atónitos y nos preguntó entre risas “are you already cold? Are you gonna survive up there?” pensamos “ah, estupendo, estamos jodidos”. Pero, afortunadamente, escogimos un día genialiciomagnífantástico y el sol estuvo presente prácticamente desde el principio de la excursión y no nos abandonó en ningún momento. Fuimos los primeros en empezar el camino, con frío y con ganas, y pensando “pues tampoco es tan difícil, llevamos media hora y ya hemos hecho 2 kilómetros!”. Pero la cosa luego se fue complicando. La gente nos adelantaba, ya no sólo por ir más deprisa que nosotros sino porque nos íbamos parando cada dos minutos para hacer fotos y deleitarnos (bueno, Sandra, Dani y Cristian más bien) al reconocer Mordor y el Monte del Destino (que es un volcán que se llama Ngauruhoe y mide unos 2200 metros), ya que parte del Señor de los Anillos se rodó allí.
La primera parte del recorrido era más complicada porque era el ascenso y, llegados a un punto donde la gente paraba para beber agua o comerse una barrita energética (nosotros llevábamos una bolsa papas, un bocadillo de atún, un par de manzanas y medio litro de agua por cabeza), vimos que el camino se bifurcaba y se podía acceder, en poco más de una hora, a la cima del Tongariro. Y yo, que en primera instancia me envalentono (luego acabo destrozado y lloro) pregunté a los demás si querían subir. Y todos menos Sandra quisimos, de modo que se quedó de ama de mochilas y, tras prometerle que en menos de una hora estábamos de vuelta, nos esperó sentada encima de una roca comiendo patatas fritas. Tardamos más de hora y media ¬¬’ . De vuelta la encontramos exactamente en la misma posición que la dejamos, pero sorprendentemente estaba con una sonrisa en la cara. Nos alegró sentir que nos había estado esperando de buen grado a pesar del ligero retraso. Tras hacerle varias preguntas y ver que no contestaba, nos acercamos y vimos que la cubría una fina capa de escarcha. Entendimos en aquel momento que estaba criogenizada y tuvimos que servirnos de piquetas para desclavarla de la roca y abrazarla todos a la vez para que su corazón volviera a latir de nuevo. Cabe decir que de camino a la cima del Tongariro perdimos a otro miembro: Dani. Le dio un dolorcillo en la cadera y prefirió no atravesar la nieve y esperarnos en un punto del camino a que volviéramos. Y nada, los dos aventureros Cristian e Iván, con la ropica de estar por casa y las chirucas (la gente solía ir MUY preparada), a coronar la cima del Tongariro se ha dicho. Las vistas desde allí eran increíbles y se veían súper bien el Ngauruhoe y el Ruapehu (otro volcán).
Estando allí arriba llegó la primera sorpresa del día: Paddy! Nos quedamos a cuadros al verle! Sabíamos que Marta y él estaban en NZ pero como no nos habíamos puesto en contacto por diferentes circunstancias (casi nunca tenemos cobertura) no pensábamos que fuéramos a encontrárnoslos, y menos ahí arriba! (Bueno, Marta no hizo el camino, así que la vimos luego). De modo que quedamos en vernos todos al final del camino y decidir qué hacíamos.
De vuelta al camino principal, los cuatro componentes juntos de nuevo, seguimos viendo cosas súper guays como el cráter rojo (que tenia forma de vagina) , mogollón de fumarolas (el suelo estaba caliente y molaba un montón sentarse) y simplemente los precipicios y valles que formaban las diferentes montañas que nos rodeaban. Llegamos por fin la punto más alto y, por suerte para nosotros, el resto de camino era plano o de bajada. Cabe decir que en la bajada, que era de tierra y resbalaba mucho, Cristian se cayó pero no se hizo más que un rasguño en la mano. Seguimos bajando y decidimos comer enfrente de uno de los tres Lagos Esmeralda. Las vistas eran sobrecogedoras. Lo malo es que había bastante gente haciendo el camino y, a pesar de cada uno vamos a nuestra bola, sería mejor poder disfrutar de según que paisajes a solas y no compartirlo con tantísima gente. Pero bueno, es genial igualmente.
Después de reponer fuerzas nos dimos cuenta de que eran las dos del mediodía y de que… nos faltaba la mitad de recorrido aún!!!!! Nos entró un poco el sudor frío y la cagarrina porque si perdíamos el último bus de vuelta, que era a las 5, estábamos jodidos no, lo siguiente. Nos pusimos las pilas, nos dejamos de tanta fotito (bueno, en realidad las seguimos haciendo) y a caminar! El recorrido no era complicado pero si se le suma que llevábamos unas 7 horas caminando y que desde aproximadamente la tercera hora ya no teníamos sensibilidad en algunos de los metacarpianos de los pies, la cosa no era tan fácil. La cuestión es que la parte final del recorrido era bonita pero no tanto como al principio. Rodeamos laderas y atravesamos un bosque lleno de helechos y vegetación en la parte final, que desgraciadamente tampoco pudimos disfrutar al cien por cien. Cada vez que llegabas al siguiente kilómetro de trayecto había un palito azul que te indicaba por qué kilómetro ibas, y así podías hacerte una idea de lo que te faltaba por completar la excursión. Personalmente, para mí fue una pesadilla y por eso aceleré el ritmo junto con Cristian, que de hecho puso la quinta de manera individual al empezar el descenso, porque quería acabar cuanto antes. Era horrible estar reventado, echando el higadillo por la boca, sin sentir las rodillas, ni la cadera, ni los pies y ver “15 km”. Era royo “Qué??? Me faltan aún 4 km???” pero bueno… al final apretamos el ritmo (Y Sandra medio refunfuñando porque la pobre no quería hacerlo con prisas y al final tuvo que poner el turbo por culpa nuestra), llegamos al final! Y allí estaba la Queens que nos dio agua y cobijo en su Spaceship hasta que llegó el autobús. Les dijimos que vinieran al camping donde estábamos para pasar una noche juntos y así lo hicieron, y estuvimos hablando y contándonos lo que estaban siendo nuestras respectivas aventuras. Debo decir que me dejé llevar por la felicidad del momento y me fumé un cigarro que me dio Marta… (Dani también fumó un poco) pero bueno… que tampoco nos pareció súper guay el cigarro así que creemos que, definitivamente, hemos dejado de fumar! Quién lo iba a decir…
Y nada, eso fue el día del Togariro, que estuvo genial. Una cosa a destacar en sta entrada es que por fin tenemos visado y trabajo! Empezamos el lunes recogiendo manzanas… a ver cómo va la cosa!! Mil besos a todos y a todas
Iván & Company